Una
vez señalábamos que desde hace un cuarto de siglo, más o menos, los
programas de gobierno como parte de la oferta electoral han ido
disminuyendo su valor y su presencia en las afanosas contiendas por la
Presidencia de la República. En varios casos estos ni siquiera han
existido, aun en candidaturas de mucha monta.
Caldera II, por ejemplo, ciertamente
logró reunir un copioso e ilustrado conjunto de venezolanos que trabajó
meses en la elaboración de proyectos para las diversas áreas del que
hacer nacional.
Pero si bien el resultado de esa
meditación colectiva fue editado en un libro, éste prácticamente no
circuló, sustituido por un pequeño folleto sintético, minimalista a más
no poder. Hugo Chávez llegó al poder en el 98 con un solo y monocorde
estribillo: acabar con los corruptos, someterlos a los mayores escarnios
y castigos.
Cosa que no hizo nunca, de paso. Arias
Cárdenas sencillamente no puso por escrito proyecto alguno cuando lanzó
su candidatura contra su gallináceo colega golpista. En el caso del
Chávez posterior la idea misma de programa es por naturaleza
contradictoria con su manera caudillesca de mandar y no solo sus
promesas electorales se han convertido no pocas veces en sus contrarios,
mentiras a secas, sino que cuando propuso la reforma de la Constitución
y el soberanísimo se la negó, se dedicó a instrumentarla a
través de
leyes inconstitucionales, variante ejemplar de la negación del vínculo
democrático esencial entre la oferta programática y la aquiescencia
popular.
Incluso se llegó a teorizar sobre la
inutilidad electoral de esos ladrillos que en el fondo solo leían
algunos iniciados y que dado su carácter promocional luego eran
irrealizables, contrastados con la dureza de los hechos.
Que lo mejor era conseguir un par de
propuestas fuertes y seductoras capaces de movilizar la sensibilidad y
los intereses de la mayoría y no gastar pólvora en zamuros. La unidad de
la oposición, reunión de gente muy distinta, obligó a reponer la idea
de programa en el mejor sentido de la palabra.
Si los diversos querían convivir
armónicamente para caminar juntos al menos tenían que ponerse de acuerdo
en aquello que los unía. Así surgió el programa de la Mesa de la Unidad
y luego, no menos consensualmente, el más específico de Henrique
Capriles. Creo que pocas veces se ha reunido en el país tanta gente
docta para hacer un programa de gobierno dados los muchos ríos afluentes
que desembocaron en la unidad.
Como pocas veces se ha voceado tanto
como en la titánica campaña de Henrique. Además, siendo uno de los
cohesionadores básicos para mantener el espíritu unitario su carácter de
pacto de honor, su obligado cumplimiento, resulta indispensable para
seguir adelante tal como se ha diseñado el camino de la reconstrucción
del país.
Todo ello hace particularmente necia la
falaz campaña del gobierno de que existe otro y verdadero programa, no
de izquierda (lo dijo Chávez) como el que conocen millones de
venezolanos, sino otro de derecha pura y dura como corresponde, según
él, a sus pregoneros. Es cosa tan descocada y truculenta la que pretende
vender el chavismo desesperado que se podría afirmar todo lo contrario:
que por primera vez en mucho tiempo Henrique Capriles es un candidato
con programa, que este es inmejorable dadas sus virtudes creativas y
también el absoluto desastre que debe reparar y, por último, que además
de la seriedad y honestidad del candidato que lo enarbola hay demasiados
socios en la cuestión como para trucar reglas de juego. Una payasada
más.
Extraido de http://www.talcualdigital.com/Nota/visor.aspx?id=76793&tipo=AVA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.
¡¡UNIDOS SOMOS MAS!!